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Sin dudas, tanto el bienestar físico como mental y emocional son claves para llevar una vida equilibrada y para garantizar un estado de salud adecuado en las personas. Para profundizar el análisis sobre el tema, Multimedios Grupo Mediatres entrevistó al profesional y psicoanalista, Agustín Caiña.
Actualidad05/02/2024En ese sentido, ante casos en los que una persona pueda estar atravesando una situación ligada a un problema de salud, es fundamental no solo el abordaje médico sino también el acompañamiento pertinente para su salud mental.
Al respecto, Multimedios Grupo Mediatres tuvo la oportunidad de dialogar con el licenciado Agustín Caiña, para analizar la importancia del acompañamiento en salud mental para aquellas personas que atraviesan por problemas alimenticios.
Caiña es psicoanalista y docente. Es psicólogo clínico en el Equipo de Trastornos Alimentarios del Servicio de Psicología (UBA) en el Hospital de Clínicas “José de San Martín”, en el Centro de Obesidad y Enfermedades Metabólicas “Dr. A. Cormillot” de Malvinas Argentinas, y en el Centro “Cirubar Drs. Caiña & Aguilar” de San Isidro, Buenos Aires, Argentina.
A.C.: Los desórdenes alimentarios son afecciones de salud mental que se caracterizan por una alteración persistente en relación con la alimentación que lleva a una alteración en la absorción de nutrientes y, por consecuencia, causa un deterioro significativo de la salud física o del funcionamiento psicosocial. Según la Organización Mundial de la Salud, sus síntomas ocasionan un daño que producen una discapacidad funcional importante. Por ejemplo, la anorexia nerviosa puede provocar la muerte prematura y es considerada el trastorno psiquiátrico con mayor tasa de suicidio.
A.C.: De acuerdo a estudios internacionales (Instituto de Psiquiatría de Kings College, Londres), se demostró que la Argentina es el segundo país con mayor presencia de trastornos de la conducta alimentaria –después de Japón– afectando a un 29% de la población. En la Provincia De Buenos Aires, corresponde a más de 5 millones de personas, afectando a un 19.2% de adolescentes. En nuestro país, por ejemplo, 6 de cada 10 personas padecen de sobrepeso y obesidad, y más de la mitad de aquellas personas presentan algún cuadro de comorbilidad psiquiátrica (trastorno depresivo mayor, trastorno de ansiedad, trastorno por consumo de sustancia, etc.). Se puede pensar, entonces, que los trastornos alimenticios, al igual que otro tipo de consumos problemáticos, son una patología de época especialmente actual. Nos atrevemos a considerarlos como la expresión de ciertos ideales culturales que se transforman en malestar, y como respuesta a discursos sociales preponderantes que sostienen la ilusión de que, a partir de la oferta ilimitada de objetos de consumo, el sujeto se puede liberar del dolor de existir.
A.C.: En primer lugar, debido a la naturaleza compleja del fenómeno cuyas causas son multifactoriales (genéticas, psicológicas, socioculturales y ambientales), será fundamental el abordaje integral desde un equipo interdisciplinario conformado por Psiquiatría, Psicología, Nutrición, Clínica Médica, Pediatría, Trabajo Social, entre otras especialidades. Por otra parte, teniendo en cuenta el carácter muchas veces egosintónico del síntoma y la pobre conciencia de enfermedad, consideramos vital el trabajo con el entorno socio-familiar de los pacientes. No solo en el caso de niños, niñas y adolescentes, sino en el caso de adultos con mucha resistencia al dispositivo de tratamiento.
A.C.: La expresión delgadez o sobrepeso “extremo” resuena tan fuertemente que nos invita a reflexionar desde ahí. Por un lado, partiendo del supuesto que los extremos se tocan, se puede pensar a la anorexia y a la obesidad como dos caras de una misma moneda. Es decir, como dos maniobras posibles del sujeto para hacer frente a un determinado tipo de malestar contemporáneo. Por otra parte, lo “extremo” de estos cuadros alude a riesgos críticamente elevados para la vida y pone de manifiesto un organismo con alto nivel de compromiso en la salud física. Esto último trae aparejada la necesidad urgente del abordaje médico. Sin embargo, será central la no omisión del acompañamiento y del trabajo en Salud Mental. Desde el Psicoanálisis se entenderá al fenómeno de la patología alimentaria como una respuesta inconsciente que hace a distintas encrucijadas de la historia vital del paciente. Se trata más bien de una hipótesis tan elemental cuanto crucial en lo que respecta al direccionamiento de la cura, ya que no se buscará simplemente el restablecimiento de una función alterada como el apetito, sino que se apostará fundamentalmente a una escucha ética y respetuosa de la palabra del sujeto para trabajar con aquello que le aqueja y lo llevó a determinado comportamiento.
A.C.: En primer lugar, para allanar el terreno podríamos enunciar un interrogante aún más preliminar: ¿por qué acompañar desde Salud Mental a una persona con sobrepeso u obesidad? Es decir, ¿qué tiene para ofrecer y qué es lo que va a salir a escuchar ese profesional de salud mental frente a dicha problemática? Y todavía más, podríamos preguntarnos ¿Cuándo es que considera problemática esta condición? Digo, más allá de las muy evidentes limitaciones físicas que supone. Y me parece interesante plantearlo de esta manera a fin de situar las coordenadas de ese dispositivo analítico del tratamiento psicoterapéutico.
Porque bien bastaría tener determinado IMC para estar habilitados a diagnosticar un Caso de Obesidad. Es una condición muy ligada a lo médico y se logra ubicar fácilmente este estatuto de clasificabilidad de la Obesidad en lo que refiere a Salud Mental, tal como señala Cosenza. De hecho, si recurrimos al Manual Diagnóstico y Estadístico de la Psiquiatría, no encontraremos a la Obesidad en los TCA, como sí las Anorexias y las Bulimias. Por eso creo que es muy importante pensar lo que atañe a la subjetividad ahí en juego, y no perder de vista, precisamente en esta Clínica donde reina la evidencia de la mirada –porque basta con ver a una persona obesa para atribuirnos el poder de diagnosticar que ahí hay un problema, ¿no es cierto?– de no perder de vista al Sujeto para no incurrir en prácticas e intervenciones que estigmaticen, discriminen y excluyan, dando por sentado, a lo mejor demasiado precipitadamente, la existencia de algo del orden de lo patológico.
A.C.: Podríamos empezar a plantear que, desde nuestra escucha al menos, estaríamos frente a un caso de Obesidad problemática en la medida en la que aquella condición suponga algún tipo de Inhibición, represente algún tipo de Síntoma o comporte Angustia para la persona. Y para ello será indispensable hacer aflorar al Sujeto, en su discurso, desde una escucha y desde un modo particular de responder a la demanda de cura, que tiene que ver con esa posición ética de la que Jaques Lacan nos habla en su texto Psicoanálisis y Medicina.
En este punto podríamos seguir preguntándonos qué decimos cuando hablamos de Cuerpo. Y con qué cuerpo va a operar el Psicoanálisis, que seguro no es el que se corresponde con el de la biología. Sino que será con ese cuerpo simbólico que se encuentra atravesado por el lenguaje y por esas marcas significantes de los Otros primordiales. Un registro donde se van a expresar profundos malestares que trascienden las consecuencias físicas de la obesidad. Y de las que podremos tomar noticia a partir de lo que el sujeto diga –y lo que no– sobre su relación con el cuerpo que habita.
Vale decir, entonces, que la obesidad patológica en tanto síntoma, puede leerse como una posición subjetiva específica que recubre las más diversas conflictivas psíquicas del campo afectivo. Y serán precisamente estos factores psicológicos los que muchas veces están presentes en la etiología del cuadro, y a veces quedan al descubierto y se desplazan hacia otros trastornos una vez “vencida” mecánicamente la obesidad, por ejemplo, a través de una Cirugía que reduce el tamaño del estómago.
Por eso mismo, será de vital importancia captar, en esa fase diagnóstica prequirúrgica, el padecimiento singular en el cuerpo y en la relación de ese sujeto con la comida. De tal forma, se logrará discernir e identificar la función particular de la patología alimentaria en su estructura y posición subjetiva. Es decir, ¿Cuál es la función psíquica o el sentido de la Obesidad en ese individuo? ¿Se trata de un atajo para eludir los efectos desbordantes de la angustia producto de un duelo, como forma de compensar a través del objeto-comida un objeto perdido no simbolizado en otro plano? ¿se trata de un mecanismo defensivo para evitar los encuentros eróticos o afectivos? ¿se trata de la construcción de un cuerpo-muro para evitar la mirada del Otro producto de antecedentes de abuso sexual? ¿o bien de la compensación de una estructura psicótica? Recalcati advierte verdaderas experiencias de despersonalización en algunos pacientes tratados quirúrgicamente. En la clínica de la psicosis, muchas veces, la expansión de la imagen corporal o determinada cifra de peso garantizan una identidad imaginaria que protege al sujeto de una fragmentación.
Por lo que la intervención con su carácter irreversible puede revelarse como un factor de desencadenamiento de la estructura. Esto devela tal vez el error más oculto en la obesidad que es olvidarse hasta qué punto la corrección del metabolismo del cuerpo depende del funcionamiento del metabolismo simbólico. En esos casos, será imprescindible introducir otros puntos de compensación por fuera de la patología alimentaria antes de abordar algo del orden del descenso de peso.
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