Volvió el déficit fiscal por la brutal emisión para la deuda

Pese al ajuste brutal, el Gobierno volvió al déficit: en julio el rojo fue de $168 mil millones. El espejismo del superávit primario se derrumba frente a una emisión encubierta para sostener deuda y tasas imposibles. El plan económico se parece a un casino financiero con fecha de vencimiento.

Actualidad19/08/2025
NOTA

La economía en la era Milei como mesa de dinero

 

El Gobierno de Javier Milei insiste en festejar el superávit primario como si fuese la piedra filosofal del ajuste. Pero la foto completa es otra: en julio, el resultado financiero arrojó un déficit de $168.515 millones, un 41% más que hace un año. La causa no es el gasto corriente ni un desborde en jubilaciones o salarios públicos, sino los intereses de la deuda que crecen como una sombra detrás de cada anuncio.

 

Luis “Toto” Caputo exhibe como logro que los ingresos tributarios aumentaron 40% interanual gracias a retenciones, importaciones y la recaudación de la seguridad social. Sin embargo, todo ese esfuerzo se evapora en el mismo instante en que se pagan los cupones de los bonos Bonares y Globales: en julio, solo en intereses se desembolsaron casi $1,9 billones, una cifra 247% mayor al promedio de meses anteriores.

 

La emisión que Milei prometía desterrar sigue viva, aunque maquillada. La base monetaria creció un 97% en el último año, empujada no por subsidios o planes sociales, sino por el endeudamiento y la necesidad de sostener un esquema de tasas que atraiga pesos y ahuyente dólares. La famosa “emisión cero” terminó convertida en un slogan vacío.

 

Emisión disfrazada: cuando la deuda imprime billetes

 

La nueva forma de emisión es silenciosa. Ya no aparece como un adelanto del Tesoro, sino como un entramado de pasivos remunerados, deuda flotante y operaciones con futuros. Son pesos que se multiplican para pagar intereses, sostener tasas altísimas y cubrir vencimientos que se patean para adelante.

La deuda flotante —pagos postergados a proveedores, transferencias a provincias, universidades y subsidios congelados— saltó de $1,25 billones en mayo a $3,87 billones en junio. Más de 200% en un mes. Es dinero que el Estado debe, pero no reconoce formalmente. En paralelo, las LECAPs y pases crecieron 5,6% en apenas 30 días.

 

El BCRA, además, vende contratos de futuros para frenar la presión sobre el dólar. Si los números no cierran, la diferencia la paga con emisión. Es un círculo vicioso: para frenar la corrida, emiten; para sostener el superávit primario, postergan pagos; para convencer al mercado, inventan contabilidades “debajo de la línea”.

 

Lo más grave es que este mecanismo no es inocuo: el dinero que se crea para sostener tasas y deuda impacta igual que cualquier emisión en los precios. La inflación se mantiene alta, no por subsidios sociales ni por un Estado elefantiásico, sino por la bola de nieve financiera. El ajuste, lejos de matar la inflación, la alimenta.

 

¿Por qué emitir para deuda también genera inflación?


La lógica es sencilla: cuando el Estado paga intereses de deuda en pesos a tasas altísimas, no lo hace con recursos genuinos sino con nueva emisión. Esa masa de dinero, lejos de quedarse quieta en los balances financieros, se filtra al circuito económico. Los bancos y fondos que cobran esos intereses buscan rentabilidad y terminan trasladando esos pesos hacia consumo, dólar, activos o precios. Así, la emisión “encubierta” se comporta igual que la emisión clásica: agranda la cantidad de dinero sin respaldo productivo. La paradoja es que el ajuste social —que recorta jubilaciones, obras y salarios— no evita la inflación, porque el verdadero motor inflacionario hoy es financiero. Se imprime no para sostener a la gente, sino para sostener la bicicleta. El resultado es un Estado que alimenta la suba de precios mientras festeja un superávit primario que, en realidad, descansa sobre un déficit financiero cada vez más explosivo.

 

Economía del endeudamiento: improvisar en la mesa de dinero

 

La gestión de Caputo parece más una mesa de operaciones que un ministerio. Cada semana improvisa: desarma letras, sube encajes, multiplica las tasas, ajusta futuros. El resultado es un mercado financiero cada vez más volátil y una economía real que se hunde.

 

El 18 de agosto, por ejemplo, la tasa de caución a un día cayó del 65% al 2% en pocas horas. Los bancos quedaron con $5,8 billones líquidos y el BCRA tuvo que absorberlos a la fuerza. Esa dinámica expone la fragilidad de un esquema que promete estabilidad mientras el déficit se agrava y las reservas netas siguen en negativo.

 

El relato oficial sostiene que el superávit primario es el faro que garantiza credibilidad. Pero en los hechos, el déficit financiero muestra que el Estado gasta más en intereses que en jubilaciones o salarios. La emisión no desapareció: mutó en un pacto con el diablo financiero. Argentina se administra como un portfolio de inversión de alto riesgo, con el FMI como garante y J.P. Morgan como relator.

 

La Argentina de Milei no es un proyecto de desarrollo ni un plan de estabilización: es una mesa de dinero. Se emite para endeudarse, se ajusta para pagar intereses, y se posterga la economía real. El déficit financiero vuelve como maldición, recordándonos que ningún maquillaje contable puede tapar la realidad: el país se vacía de reservas, se encarece la deuda y se profundiza la recesión.

 

La pregunta que queda flotando es simple y brutal: ¿aceptará la ciudadanía ser gobernada como un “asset” en manos de traders globales o exigirá que la economía vuelva a servir al pueblo antes que a los bancos?

 


La deuda flotante es el conjunto de pagos postergados que no aparecen como deuda formal, pero que existen: transferencias a provincias, universidades, proveedores y subsidios. En junio saltó a $3,87 billones, más del triple que en mayo. Es emisión encubierta y compromisos que tarde o temprano habrá que saldar.

 

 

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