
Con la recaudación desplomada y el gasto atado a leyes indexadas, el gobierno de Javier Milei enfrenta el límite estructural de su propio experimento. Aunque promete alivio con fondos de Washington, la realidad fiscal lo obliga a un recorte feroz.
Desde Washington, Luis Caputo habló al Coloquio de IDEA y adelantó el guion poselectoral: reforma laboral para abaratar despidos, reforma tributaria para aliviar al empresariado y una jubilación que se estira hasta los 70 años. La narrativa de la “libertad” esconde una vieja receta: transferir el costo del ajuste al trabajo.
Actualidad17/10/2025Un plan tan antiguo, tan antiguo
El Coloquio de IDEA no es un evento: es un ritual. Lod dueños del país se reúnen frente al poder político de turno para renovar su contrato moral con el capital.
Esta vez no hubo presencia física del ministro de Economía, pero sí un video grabado desde Washington D. C., escenario que dice más que cualquier palabra. Mientras negociaba con el FMI y el Banco Mundial, Caputo les habló a los empresarios argentinos prometiendo lo que ellos querían escuchar: menos derechos laborales, menos impuestos y una macro “ordenada”.
El mensaje, de apenas ocho minutos, condensó la doctrina del Mileísmo económico: equilibrio fiscal como dogma, eliminación de “la industria del juicio” como bandera y la convicción de que la competitividad no nace de la innovación ni de la productividad, sino de abaratar la fuerza de trabajo. La receta es tan vieja como persistente: cuando no hay plan de desarrollo, el único recurso es ajustar al que trabaja.
“Necesitamos un régimen más ágil y dinámico”, dijo Caputo. Traducido: despidos más baratos, convenios colectivos debilitados y negociación salarial directa entre patrones y empleados. La supuesta modernización laboral se presenta como una puerta a la prosperidad, pero detrás late la misma idea que recorrió América Latina en los ’90: la eficiencia como sinónimo de desprotección.
La ilusión del equilibrio y la trampa del sacrificio
Caputo insistió en que “no habrá devaluación” y que el equilibrio fiscal llegó para quedarse. Sin embargo, la estabilidad que exhibe es contable, no social.
El déficit primario puede cerrar en cero, pero el déficit de bienestar crece.
Mientras el ministro celebra una inflación en descenso, los salarios reales siguen cayendo y la capacidad de consumo se pulveriza.
En el lenguaje de la economía real, el “equilibrio” es un eufemismo: no hay equilibrio cuando la mitad de la población no llega a fin de mes. A esto se suma la promesa de una reforma jubilatoria que elevará progresivamente la edad de retiro hasta los 70 años.
Con pensiones magras y trabajos cada vez más inestables, el mensaje es brutal: morir trabajando será la nueva normalidad. La prolongación de la vida, que debería ser un triunfo civilizatorio, se convierte así en excusa fiscal para postergar el descanso.
El ministro, fiel a su estilo, se elogió a sí mismo. Dijo que la economía está “más previsible” y que se alcanzó un equilibrio “que Argentina no lograba hace un siglo”.
Pero la previsibilidad que muestra el Excel se sostiene sobre un modelo sin motor interno, sostenido por préstamos externos, expectativas de salvataje norteamericano y un aparato productivo al borde del apagón. Si la macro luce serena es porque la microeconomía está anestesiada.
El laboratorio social del Mileísmo
En paralelo, el vocero presidencial Manuel Adorni había adelantado el discurso: la reforma laboral será la llave para “desbloquear” el empleo formal. El diagnóstico, simplista, confunde causa con consecuencia.
El problema no es el costo de despedir sino el miedo a contratar en un país donde el mercado interno se achica cada mes. Ningún empresario contrata porque pueda despedir más fácil; contrata cuando vende. Y no vende cuando los salarios se derrumban.
El Coloquio de IDEA volvió a ser la caja de resonancia de esa ilusión de eficiencia.
Entre aplausos y frases sobre la “libertad de contratar”, nadie mencionó el dato incómodo: siete de cada diez empleos formales nuevos en Argentina surgen del Estado o de programas vinculados al gasto público. Reducir el Estado sin fortalecer el entramado productivo es amputarse la pierna creyendo que así se corre más rápido. La retórica de “terminar con los privilegios” esconde un nuevo privilegio: el de ajustar sin pagar costo político. El gobierno busca un pacto con el capital para delegar en el mercado el disciplinamiento laboral y la administración de la pobreza.
La “segunda generación de reformas” que promete Caputo no es innovación: es restauración. Detrás del maquillaje tecnocrático se repite la fórmula de siempre: apertura, desregulación y precarización.
El futuro según Caputo
La ampliación de la edad jubilatoria hasta 2030 se presenta como una “actualización demográfica”. En realidad, es la admisión de que el sistema previsional colapsa cuando se destruye el empleo formal. Con más del 40 % de la población en la informalidad, lo que se posterga no es la edad de retiro, sino el derecho a retirarse. Caputo cerró su mensaje con un acto de fe: “Argentina será el país más libre y con mayor crecimiento en veinte años”.
La frase suena a conjuro más que a programa. La libertad que promete es la del mercado sin regulaciones, donde cada uno se salva solo. Pero las sociedades no se construyen desde la soledad, sino desde la reciprocidad. Y ningún país que condene a su gente a vivir para trabajar, en lugar de trabajar para vivir, puede llamarse libre.
El Mileísmo económico avanza hacia una síntesis perfecta entre ajuste y moralismo: trabajar más, ganar menos y agradecer la estabilidad. La doctrina del sacrificio reemplaza al derecho, y la “libertad” se convierte en la obligación de soportar.
En nombre del futuro, nos invitan a repetir el pasado. Y si algo enseña la historia económica argentina es que ninguna reforma que empiece por recortar derechos termina generando desarrollo. Porque los países no crecen con gente cansada: crecen cuando el trabajo dignifica, no cuando agota.
Jubilación a los 70 años
La propuesta oficial prevé elevar gradualmente la edad jubilatoria hasta los 70 años en 2030. Para ese entonces, la expectativa de vida promedio rondará los 78 años: apenas ocho años de descanso.
El gobierno la justifica en el aumento de la esperanza de vida; sin embargo, las condiciones materiales del trabajo argentino —bajos salarios, extensas jornadas, estrés y enfermedades crónicas— anticipan un escenario de desigualdad: los que viven de su cuerpo no llegarán a jubilarse, los que viven del capital podrán hacerlo cuando quieran. La brecha entre ambos será el verdadero indicador del modelo.
“La competitividad no nace de la innovación ni del conocimiento, sino de abaratar la fuerza de trabajo: la vieja receta que vuelve disfrazada de modernidad.”
Con la recaudación desplomada y el gasto atado a leyes indexadas, el gobierno de Javier Milei enfrenta el límite estructural de su propio experimento. Aunque promete alivio con fondos de Washington, la realidad fiscal lo obliga a un recorte feroz.
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