
Tras la caída de Esper por su conexión a un empresario procesado por narco, el oficialismo libertario busca borrar su rostro de las boletas para evitar el efecto “piantavotos”.
Mientras tanto, Cristina definió las listas nacionales, La Cámpora quedó en el centro de las críticas y los intendentes juegan con autonomía.
Política 20/08/2025Axel Kicillof sonríe y asegura que está “conforme con la lista”. Dice que no hay problema, que las discusiones fueron internas y que ahora hay que salir a la cancha unidos. Pero detrás del libreto, la realpolitik habla claro: el gobernador sabe que su partido verdadero se juega el 7 de septiembre.
La elección provincial no es solo un freno a Milei, es la posibilidad de mostrar que quien conduce el peronismo bonaerense no es Cristina, ni Máximo, ni La Cámpora: es él.
En público, Kicillof insiste con la idea de que “hay que ganar en octubre, pero septiembre es la posibilidad concreta de ponerle un freno a Milei”. Lo dice como si fueran escalones de una misma estrategia, pero lo que está en juego es la construcción de poder propia. Si septiembre resulta un triunfo sólido, el gobernador podrá mostrar que el peronismo bonaerense responde más a su armado territorial que a las órdenes de un departamento en la calle San José.
Carlos Bianco, ministro de Gobierno, repite con tono monocorde que todo está bien, que Taiana fue consenso, que no hay enojo de intendentes y que la unidad está garantizada. Ese guion es el que baja Kicillof, que evita confrontar en público. Pero la tensión existe y corre por debajo: los intendentes saben que la lista nacional los ignoró, que La Cámpora se quedó con la lapicera y que la estrategia fue armada de espaldas al territorio.
Los intendentes juegan lo propio
Los jefes comunales son pragmáticos: no cortaron ni pincharon en la lista nacional, y ahora concentran toda la energía en cuidar sus Concejos Deliberantes y sus secciones. Trece intendentes más una intendenta encabezan boletas en septiembre.
No hay subordinación ciega a Kicillof, pero sí un pacto implícito: acompañarlo porque la suerte del gobernador y la de ellos corre en paralelo.
El enojo existe, aunque no se grite en público. Es la primera vez desde 1983 que La Matanza se queda sin representación en el Congreso. Varela también quedó afuera.
Esa exclusión sintetiza tres críticas feroces de los intendentes hacia la conducción provincial: primero, que no tuvieron voz en las listas nacionales; segundo, que el PJ se volvió autorreferencial y alejado de la gestión cotidiana, donde ellos lidian con la falta de recursos y la demanda social; y tercero, que Cristina sigue operando como si el peronismo fuera una monarquía hereditaria, con La Cámpora como supuesto heredero natural.
Los intendentes no ven a La Cámpora como un enemigo, pero sí como un socio narcisista, obsesionado con acumular poder y con un discurso progresista que no pisa el barro. En los barrios del conurbano, lo que preocupa es el precio de la comida y la inseguridad; no las grandes consignas que entusiasman en Twitter. Milei ganó instalando esos temas, y La Cámpora parece negarse a discutirlos.
Gray como síntoma
En ese contexto, la jugada de Fernando Gray, intendente de Esteban Echeverría, se lee como un síntoma. Se cortó solo y armó lista propia para octubre con Provincias Unidas, acompañado por Ariel Sujarchuk desde Escobar. No fue un salto al vacío: sintetizó en su gesto las críticas que el resto de los intendentes mascullan en privado.
El resto no lo aplaude en público, pero bajo lo abraza. La “ayudita” prometida es silenciosa pero real. Gray es el emergente de un peronismo territorial que no soporta ser espectador del juego de Cristina y La Cámpora. Su gesto muestra la fractura: acompañarán en septiembre, pero octubre no los enciende. También es coherencia, la discusión la comenzó hace 4 años, no ahora.
El verdadero freno a Milei
En paralelo, Kicillof martilla contra el plan económico del Gobierno nacional. Lo compara con Cavallo: dólar planchado, importaciones abiertas, salarios bajos. Habla del bolsillo que no alcanza, de la obra pública cortada, de los fondos para seguridad y medicamentos que nunca llegaron. La crítica no es solo económica: es política. “Nos cortaron todo, pero nosotros seguimos invirtiendo”, repite. Su mensaje es claro: mientras Milei ajusta, él gobierna.
La apuesta es doble: mostrar que puede sostener la gestión en condiciones de asfixia y convertir la elección de septiembre en un plebiscito contra la motosierra. Si gana con margen, tendrá legitimidad para discutir la conducción del peronismo bonaerense. No lo dirá con esas palabras, pero el mensaje será nítido: la provincia tiene dueño político, y no es La Cámpora.
En el teatro de la política bonaerense, septiembre es la obra central y octubre apenas un epílogo forzado. Kicillof sonríe, Bianco repite que todo está bien, y Cristina bendice listas desde su encierro. Los intendentes hacen equilibrio: con un pie en la boleta provincial y el otro cuidando su propio territorio. Gray se anima a desafiar, y bajo cuerda más de uno lo mira con simpatía.
La escena se repite en cada pasillo: todos dicen que la unidad está garantizada, pero cada cual juega lo suyo. La verdadera pregunta no es si Milei pierde en septiembre, sino quién gana adentro del peronismo. Porque si algo quedó claro es que, más que un freno a Milei, septiembre puede ser el mes en que Kicillof trace la frontera de poder con La Cámpora. Y en política, las fronteras importan más que los discursos.
El poder real de los intendentes
Si los intendentes logran un triunfo claro en sus distritos en septiembre, no solo retienen concejos deliberantes: validan su rol como garantes del peronismo bonaerense.
A nivel local blindan gestión, aseguran mayoría en los concejos y consolidan su liderazgo frente a la oposición vecinal. En el plano seccional, marcan territorio: demuestran que el peso electoral sigue en los barones y las nuevas baronesas, no en las listas nacionales armadas en un departamento de la calle San José.
Cada punto que sumen en las urnas se traduce en poder de negociación: con Axel, con La Cámpora, con Cristina y con quien venga. El triunfo territorial es su carta de autonomía: legitima su discurso de que sin ellos no hay estructura que aguante, ni aparato que funcione. Kissinger y Haushofer son nenes de pecho al lado de la realpolitik cruda de los jefes comunales, que saben que el poder no se declama ni se hereda: se mide en votos concretos, en barrios que responden y en boletas que ganan elecciones.
En septiembre, Kicillof busca legitimar su liderazgo y demostrar que el peronismo bonaerense no depende de La Cámpora.
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