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Roberto José Mouras, hombre de trabajo y piloto apasionado, fue un símbolo, un referente y, sobre todo, un ser humano inmenso.
Automovilismo07/10/2025
En Moctezuma, un pequeño pueblo cercano a Carlos Casares, nació el 16 de febrero de 1948 un hombre destinado a dejar una huella imposible de borrar: Roberto José Mouras.
Desde sus primeras carreras en 1966, a bordo de un Chevrolet 400 en circuitos zonales, Mouras mostró que lo suyo no era simplemente manejar un auto, era entregarse con el alma. Con la misma pasión corrió en la categoría Mar y Sierras, hasta que en 1968 llegó al automovilismo nacional y empezó a escribir su historia que lo convirtió en una leyenda del deporte.
El país entero lo conoció como “El Toro” por su coraje y rapidez en las pistas, y como “El Príncipe”, por su nobleza y caballerosidad. Pero si hay una imagen que lo inmortalizó, fue la de su mítico “Siete de Oro”, aquel Chevrolet que lo llevó a tantas victorias y a quedar grabado en la memoria popular.

Fue tricampeón de la categoría más antigua del mundo, el Turismo Carretera, categoría que lo abrazó y fue parte de grandes momentos de su vida. Sin embargo, Mouras trascendió mucho más allá de las estadísticas y resultados. Sus rivales lo admiraban, las hinchadas lo querían sin importar la marca, y la gente lo reconocía como “el campeón solidario”, porque jamás se olvidaba de brindar ayuda a quienes más lo necesitaban. Su compromiso social fue tan grande como su talento para correr.
La tarde del 22 de noviembre de 1992, en la Vuelta de Lobos, la vida fue injusta. El Chevrolet número 9 sufrió el estallido de un neumático y el destino golpeó con fuerza. Tras el fuerte impacto contra un talud de tierra, Roberto José Mouras perdió la vida; dos días después, también lo haría su copiloto Amadeo González. Esta noticia estremeció a todo un país.
Ese día no se fue solamente un piloto, se fue un hombre de pueblo, querido, sencillo, que se ganó el respeto de todos. Pero como sucede con los grandes, Mouras sigue vivo en cada relato, en cada homenaje, en cada recuerdo de quienes lo vieron correr y en la emoción de quienes lo descubren hoy.
Hoy, su nombre está grabado en el mítico Autódromo de La Plata, en el museo de Carlos Casares y sobre todo, en el corazón de miles de personas que aún lo recuerdan con admiración y cariño. Hugo Mazzacane, máximo dirigente del automovilismo argentino, es quien mantiene viva la llama, siempre lo tiene presente y lo lleva en su alma. Trazó lazos de amistad con “El Príncipe” que fueron más allá de lo deportivo, se encarga cada día que su nombre se inmortalice.
Roberto Mouras fue la prueba de que la grandeza está en cómo se vive la vida y en lo que se deja en los demás. La huella de un grande, que permanecerá viva para siempre en la memoria del automovilismo mundial.
Crédito www.t2.ar

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