Ayer nomás: un Trueno que no se desvanece

El Trueno Naranja figura en las páginas doradas y se cumplen 57 años del título de TC con Carlos Pairetti en el volante.

Automovilismo04/12/2025
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El automovilismo pone en primera plana, por lo general, a aquellos que tienen el volante en sus manos. El inconsciente colectivo se dirige a ellos, pero ese mundo de fierros, ruidos de motores y velocidad también le hace espacio a otros actores, tales como preparadores, banderilleros, equipos médicos…

 

Pero falta algo en este punteo. ¿Qué o quién? Ellos, sí claro, los autos, partícipes necesarios del espectáculo. Caen en ramilletes a la hora de poner a trabajar la memoria: los Torino de IKA a Nürburgring, el Chevitú, el Farline, las Liebres, el 7 de Oro. Y no se olvide, dirá usted, y con razón, del Trueno Naranja. Sin dudas, uno de los autos más emblemáticos de nuestro automovilismo, que ha cumplido 57 años de haber sido campeón del TC, de la mano de Carlos Alberto Pairetti.

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La historia marca que el Trueno Naranja encontró sus raíces en una evolución de otro prototipo, nada menos que de Ford, que luego descartó seguir con el proyecto a raíz de dos accidentes fatales. Allí, apareció Carlos  Pairetti para ponerlo nuevamente en marcha, pero con la particularidad que se le instaló un motor Chevrolet 250 de siete bancadas.

 

Claro que hubo otro tipo de innovaciones, como la instrumentación de un spoiler trasero, en busca de optimizar la  estabilidad, mientras que, como medida de seguridad, los tanques de combustible dejaron de colocarse en los laterales para instalarlos en la parte trasera. Así fue que debutó en 1968, logró cuatro victorias durante la temporada y de allí derecho a la cima.

 

Aquel título llegó en noviembre de 1968, cuando Pairetti ganó la prueba desarrollada en el autódromo de Buenos Aires con el Trueno Naranja. Esa fecha constó de dos series, a 50 vueltas cada una, con lo cual el clasificador final se armó por suma de tiempos. La primera prueba quedó en manos de Carlos Pairetti, escoltado por Jorge Cupeiro (Chevitres) y Oscar “Cacho” Fangio (Trueno Dorado). A su vez, en la segunda serie se impuso Nasif Estéfano (la Liebre Mk II B/Torino), seguido por Carlos Pairetti y Oscar “Cacho” Fangio.

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De ese modo, la suma de tiempos definió como ganador a Carlos Pairetti, quien relegó a sus espaldas a “Cacho” Fangio y Jorge Cupeiro. Y con ello, el título de campeón del TC se fue para Arrecifes, que además fue el único que el recordado piloto ganó a bordo del Trueno Naranja. En tanto, el cuadro de honor se completó con el subcampeón, Cupeiro y Héctor “Pirin” Gradassi.

 

Por sus prestaciones, por su forma y su impronta, el Trueno Naranja dejó huella, tanto que su aparición fue bisagra en el deporte motor argentino. Es que resultó en la historia del TC el único sport prototipo en convertirse en campeón de la categoría, mientras que además le dio  origen a esa nueva especialidad.

 

El automovilismo transitaba una etapa de oro, a partir de la concepción de autos que buscaban ser revolucionarios desde la sapiencia de ingenieros y, sobre todo, preparadores.

 

Así, un año antes de la irrupción del Trueno Naranja, la CDA del ACA -aún fiscalizaba al TC- fomentó la puesta en pista de prototipos. Entonces, las terminales pusieron en marcha distintos proyectos y, por caso, Ford apuntó a un Baufer con motor de F-100, cuyo responsable fue Horacio Steven.

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A pesar del potencial que mostró el producto, en el camino se cruzaron sendas tragedias, que se llevaron las vidas de Oscar Cabalén y del acompañante de Atilio Viale del Carril, Pepe Giménez. Ante ello, Ford tomó la decisión de no continuar el proyecto, cuyo responsable de diseñarlo fue Pedro Campo.

 

Así fue que ya en 1968, Pairetti husmeó algo que lo llevó a pensar que estaba ante la posibilidad de romper la hegemonía de los Torino.

 

El recordado arrecifeño (había corrido las primeras fechas del torneo con el Barracuda-Chevrolet) sentía atracción por esos autos, que no habían llegado al objetivo perseguido por Ford. Así fue que inició charlas con Horacio Steven, el ideólogo de aquellas criaturas un año antes, para la construcción de lo que se conocería luego como el Trueno Naranja.

 

La condición pasó por reemplazar el motor F100 por un  Chevrolet 250 de 7 bancadas; además pidió que se volviera a lo tradicional y colocar el tanque de combustible detrás del habitáculo, en donde además se dispuso un tabique protector del fuego, para optimizar la seguridad. Es que en los prototipos del Ovalo, los depósitos de combustible estaban dispuestos a los costados de la carrocería. Claro que hubo otros retoques, como un spoiler trasero en buscaba de evitar que el auto se levantara en su parte trasera.

 

Horacio Steven tenía el papel de director deportivo, mientras que Rodolfo Fraga y Pedro Campo se encargaron del área técnica del proyecto que catapultaría al éxito a Carlos Alberto Pairetti.

 

Pero había más. Porque faltaba los caballos que traccionaran a la nueva joya mecánica. Así, aquel motor Chevrolet quedó en manos del ingeniero Ricardo Joseph, quien se supo rodear de dos preparadores, que trabajaban en la planta de San Martín, de General Motors, terminal que apoyó aquel proyecto. Ellos eran Omar Wilke y Jorge Pedersoli. ¿Le suenan?

 

Se trata de uno de los gritos revolucionarios en la historia del TC. Para la época representaba toda una novedad, era sinónimo de innovación por sus formas y hasta atractivo por su color, que lo empujaba a sobresalir dentro del gusano de metal.

 

Pudo haber sido negro o amarillo, o plata, o dorado, como el 7 de Oro… Pero fue naranja. Y allí también hay una historia escondida.

 

Según contó alguna vez Pairetti, se debió casi a lo fortuito. Había que ir a clasificar, el tiempo apretaba, ya que se venía el debut (23 de junio de 1968). En la madrugada se finalizaron los trabajos; quedaba pintarlo. ¿Pero a dónde comprar pintura a esa hora? Imposible. La solución estuvo al alcance de la mano, casi casera se podría decir. En el taller se encontraron tres recipientes de pintura; había de tres colores: rojo, amarillo y blanco. La mezcla dio un naranja fuerte, bien sólido. Así se llegó al histórico color.

 

La partida de nacimiento de El Trueno Naranja reza el  23 de junio de 1968. Ese día debutó en las 250 millas de Buenos Aires, con un Carlos Alberto Pairetti veloz, que se quedó con el mejor registro en las tandas de clasificación. En carrera venía en punta, pero la rotura del diferencial lo dejó sin chances. Más allá del abandono, empezaba a aparecer la sombra naranja sobre los Toros hegemónicos.

 

De todos modos, en la siguiente fecha, el 14 de julio en Alta Gracia, el Trueno del arrecifeño logró su primer triunfo (era la segunda del piloto, ya que la primera había sido en Balcarce el 28 de abril con el Barracuda). Justo en la tierra de Oscar Cabalén, a cuya memoria le dedicó la victoria, mientras que repitió en el mismo escenario el 18 de agosto. Después le siguió el triunfo en Buenos Aires (el 29 de setiembre y el 24 de noviembre, cuando se coronó campeón.

 

A esos cuatro triunfos, el piloto arrecifeño le sumó un segundo puesto en las 100 vueltas en el Coliseo porteño y otros sendos segundos puestos en Rafaela (3 de noviembre) y Córdoba (17 de noviembre) llegó a la consagración, la única de Pairetti en TC.

 

Aquella temporada quedó escrita en una página dorada -en realidad debería ser naranja-, en la que un auto novedoso que nació de Ford pero que vivió como Chevrolet  supo cortar con lo empalagoso del dominio implantado por Ford y Torino. Su figura no se ha apagado a pesar del paso del tiempo, hasta muchos creen verlo en la película animada Cars, en el personaje principal del Rayo McQueen. Este no fue un rayo, pero si un Trueno que sigue sonando.

 

Crédito www.t2.ar

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